martes, 23 de octubre de 2007

La impermanencia

"Todo cambia, nada permanece. Nadie puede bañarse dos veces en el mismo río."(Heráclito). O como bien lo canta Mercedes Soza: "Cambia, todo cambia...".

Puede ser tan simple como cerrar los ojos y hacer un recorrido por la memoria, una mirada hacia atrás de lo presente. O puede ser tan complejo como observar una piedra o un cristal. Pero si nos preguntamos directamente, ¿todo cambia? mi respuesta sería afirmativa. La cultura, las sociedades, los gobiernos, las personas, la naturaleza, el universo. Pero luego me surgiría la pregunta: ¿por qué cambia? y mi respuesta sería que todo cambia porque todo está expuesto al movimiento -todo se mueve-. Y el movimiento lo podríamos definir como una acción que produce cambios en la materia.

El hombre es un ser que está en constante movimiento, es una condición propia y natural de él y de todo ser viviente. El moverse le permite la experiencia y la experiencia produce cambios a nivel físico como, también, psicológico o cognitivo y eso se expresa. Si hoy te encuentras con alguien es seguro que mañana no será el mismo. Porque durante un día estuvo adquiriendo constantes experiencias, positivas y negativas, que condicionaron al cambio. El estado de ánimo no será el mismo, el cuerpo no será el mismo, ni el peso, ni la altura. Las células se están moviendo y los impulsos nerviosos no son iguales a los anteriores. No se utiliza el mismo sodio o el mismo potasio para polarizar una neurona, las partículas son distintas. Cuando se produce una herida y se destruye tejido celular, aquel tejido es reemplazado por otro y el sólo hecho de que ese tejido haya sido reemplazado por uno nuevo, permite a que el individuo ya no sea el mismo.
Nunca nos movemos por el mismo lugar, nunca damos un paso en el mismo paso que dimos anteriormente, porque ese lugar ya fue intervenido y cambiado. Si bien una piedra no se puede mover por acción propia, si puede moverse por acciones externas a ella. Como también puede pasar con la arena o con los computadores o el viento. Una piedra está expuesta a alguien que la pateé o que la mueva de su lugar, una roca está expuesta a la erosión producida por el viento o por el mar. Una estatua por mucho que se encuentre siempre en el mismo lugar, nunca será la misma estatua. Las palomas se posan sobre ella, la defecan, la lluvia ácida la moja y desgasta, los turistas posan a su lado para sacarse fotografías, las micros que pasan por la avenida producen vibraciones en la tierra y los temblores hacen que se mueva unos pequeños milímetros por año. Y no es la misma estatua. Algo en ella cambio, por muy pequeño, por muy insignificante, pero ya no es la misma estatua ni para quien la mira todos los días como para quien la ve por primera vez.

A veces creo que deberíamos ser aunque sea un poco tolerantes con nosotros y entre nosotros por el hecho de que ningún día somos igual al anterior, que simplemente no nos percatamos de aquello. Nuestras fuerzas y acciones están constantemente moviéndose en distintas direcciones, dentro de nosotros ocurren miles de acciones de las cuales no tenemos ni la más mínima idea que están ocurriendo. Y cada día seguimos cambiando, envejecemos, tenemos accidentes, tenemos experiencias que nos condicionan.

Hago una mirada rápida hacia atrás y me encuentro con miles de experiencias que han hecho que en este minuto que escribo no sea el mismo de ayer o de hace tres años o simplemente de hace un segundo atrás cuando tecleé la letra "l". A pesar de esos cambios a veces quisiera rescatar cosas o cambiar otras. Sin embargo, las experiencias te condicionan.