martes, 3 de julio de 2007

UN DESPERTAR DIFERENTE

Hoy he tenido un extraño despertar. Abrí mis ojos esta mañana y nada era igual. Una niebla cubría mis ojos y aunque los refregara fuerte con mis manos empuñadas no desaparecía. Miré todos los rincones de mi habitación, con gran esfuerzo, y me daba cuenta que no todo estaba en su lugar; ropas esparcidas por todos lados, zapatos mezclados, papeles desparramados, una que otra moneda perdida y una caja sellada sobre la cama. También faltaban cosas, el guardarropa, un trofeo y nuestras fotografías que miraban desde la muralla cómo dormía cada noche y me sonreían al observarlas en las mañanas. Tiré las ropas que me tapaban para sacar mi existencia rápidamente de la cama al frío entorno de una habitación oscura con sus persianas cerradas, que no permitían el paso de los rayos solares (aunque no podría decir que había sol fuera de las cuatro paredes que me rodeaban, no distinguía entre el día y la noche). Me puse en pie con gran esfuerzo y todo se revolvió en mi cabeza, todo daba vueltas, todo subía y bajaba y todo iba de un lado para el otro. Golpeé mi cabeza con la palma de mi mano para volver a la realidad y poder dar unos pasos fuera de mi habitación. Pero aún seguía viendo todo nublado. La radio, mientras, sintonizaba una tenebrosa marcha fúnebre, que marcaron el muerto movimiento de mis pasos. Lentamente fui caminando hacia las otras habitaciones buscando algo que no sabía que era. Recorrí toda la casa tambaleante y en mí se apoderó la angustia; nadie había en la casa, en ninguna de las habitaciones, en ningún rincón, estaba vacía y oscura, fría. Poco a poco comenzaba a confundirme, sin entender nada. Caminé hacia la cocina y busqué agua para echarme en la cara, en las botellas no había una sola gota y los grifos sólo se lamentaban en un seco estornudo. Caí al suelo como un derrotado y tomé mi rostro con ambas manos, esperando que pasara el tiempo y quizás alguien llegara a mi socorro.
No sé cuánto tiempo habría pasado. Pero parecía que hubiera estado allí varios días y nada oí, nada vi, nada sentí, nada olí. Y me daba cuenta que mi cuerpo no desprendía ningún tipo de aroma, ni por más desagradable que fuera; se había ido de mi, estaba perdido quizás en que lugares. Decidí levantarme del lugar y revisar por completo una vez más la casa. A duras penas recorrí ambos pisos y todo seguía igual. La visión nublada, la fúnebre música, la falta de luz y ahora una pequeña sensación a humedad. Comenzaba a desesperarme y no saber que hacer, si tirarme al suelo y quedarme ahí, ó salir corriendo y gritar como un loco.
Me paré frente a la puerta, haciendo un gran esfuerzo por no perder el poco juicio que quedaba, y traté de abrirla en un esfuerzo inútil. Estaba completamente cerrada y mi desesperación crecía con violencia. Le di unos empellones y un par de patadas y aún así quedaba intacta en su lugar. Quería salir y no sabía por donde, mi desesperación era absoluta, me sentía claustrofóbico y comenzaba a correr en círculos en la sala. De un momento a otro mi cuerpo atravesaba los vidrios para caer medio desmallado y con cortes en el lodoso pasto del jardín. Rápidamente me puse en pie y caminé hasta el medio de la calle para observar si todo estaba normal. Pues era todo extraño; una niebla espesa cubría el suelo, negras nubes cerraban el paso a los rayos solares y hacían el día en noche, no se percibía ningún tipo de alma en kilómetros y el silencio era tan profundo como la sordera. Grité para ver si alguien existía, pero sólo recibí la respuesta del eco que chocaba contra mi ser tratando de derribarlo y diciéndome lo tonto que era. Tomé mi cabeza con ambas manos, sin entender que sucedía, miraba a todas partes y todo comenzadaza a dar vueltas tan rápidamente que se perdían las figuras haciéndose un batido de tonos oscuros. Corrí a tientas por la calle, para cualquier lugar, ¡había que escapar, salir de ahí! Todo daba vueltas, de arriba abajo, de un lado para el otro y giraban, se acercaba y se alejaba lo que fuera. Mi cabeza explotaría en cualquier momento y los sesos se esparcirían por todo el lugar.
Tropecé y caí a tierra, a tierra que se sentía seca y caliente. Una vez más me puse en pie con gran esfuerzo y abrí mis ojos. El panorama ahora era completamente distinto; era un desierto árido en donde estaba parado, el sol estaba en su punto máximo sin deseos de querer bajar, no habían rastros de vegetación y mucho menos de algún ser humano. Hacía un calor insoportable, estaba en la nada mirando hacia los cuatro puntos cardinales viendo el mismo espectáculo que iba y venía. No entendía como había pasado de las tinieblas al infierno de un momento a otro.
Comencé a caminar, habrán pasado horas o tal vez días y seguía viendo lo mismo, el mismo paisaje, las mismas arenas, el mismo sol. Nada cambiaba y me sentía cada vez más cansado. Mis pies pesaban como anclas, la sequedad en mi garganta era como una lija raspando una astillada madera y sudaba como un engendro del infierno a punto de quedar en huesos.
No me había percatado, pero tras de mi tenía compañía. Quizás cuánto tiempo había pasado que no veía un ser viviente. La diferencia estaba en que no eran cualquier tipo de compañeros. Eran tres enormes lobos (por lo menos así los veía) que venían marcando mi paso, quizás desde cuándo, pero mantenían su distancia mirando fijo mi lánguido cuerpo y sus lenguas colgaban de sus hocicos hambrientos y babosos. Arriba en el cielo los buitres miraban mi destino con impaciencia, esperando darse el primero, o el último, o quizás el único festín de sus miserables vidas donde desgarrarían mi vientre y se pelearían las vísceras unos con otros. ¡Eran unos malditos animales de rapiña esperando el momento en que cayera para poder tirarse sobre mí y despedazarme para no dejar rastro alguno sobre esta tierra! Quise caminar más rápido y perderlos, pero era inútil. Las pocas fuerzas con las que había comenzado en algún despertar distinto, que me trajeron hasta aquí, ya estaban terminadas. Caí primero de rodillas al caliente suelo y luego el resto de mi cuerpo se tendió rendido boca abajo, tragando la arena. Esperaba a las bestias que vinieran por su carne, que vinieran por mi ser y lo despedazaran. Pero nada de eso pasó. Puse mi cuerpo de espaldas, mirando el cielo y el sol quedo fijo en mis ojos que cerré después de haber visto sigilosamente volar las aves de rapiña en círculos.
Fue ese momento con los ojos cerrados que traté de explicar todo esto, cómo había llegado hasta aquí, qué había ocurrido. Pero no recordaba nada, sólo qué una mañana desperté angustioso extrañando una parte de mi, la habitación desordenada, la visión nublada, las melodías fúnebres, la desesperación. Y ahora. Ahora estaba tranquilo, calmado y muy sereno. Sólo esperaba dormir nuevamente, mientras mi cuerpo se quemaba y derretía lentamente con el sol y las calientes arenas. Esperaba dormir la locura y gritaba furibundo ¡malditos vengan por mi!... ¡Vengan por mi!... ¡Vengan por mi!... Entre una risa sarcástica y una lágrima pidiendo compasión.