En las profundas aguas cálidas sin rumbo, sólo donde la corriente lo lleve sobre aquel barril de dinamita en el cual se afirma para flotar. Sin barco. Capitán tirado por la borda, obligado a caminar por la tabla a punta de espadas sedientas de sangre. Sin tesoro. Se lo han arrancado de las manos.
Ahora sólo lo acompaña una botella de fuerte ron, del cual bebe para calmar el dolor de aquella herida profunda que deja una mancha de sangre en las aguas haciéndo un llamado a los tiburones.
El ron se acaba, las esperanzas también. La humillación, insoportable. Simplemente se deja caer a las profundidades del mar, para ser juzgado por Poseidón.
jueves, 20 de noviembre de 2008
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